Covid-19 y el derecho a la educación (José Luis Alonso)

Este año el curso no va a ser como todos los anteriores. Por circunstancias extraordinarias hemos de poner el derecho a la salud por encima del de la escolarización. Sí, he dicho derecho a la escolarización y no derecho a la educación. Porque supongo que tenemos claro que no es lo mismo.

José Luis Alonso Sánchez – MCEP -Madrid  — 4 abril 2020

Todos conocemos a personas, especialmente de nuestros mayores, que tienen una gran educación aunque a lo largo de su vida pasaron muy poco tiempo por la escuela. Y por el contrario, personas con una escolarización muy larga que no nos transmiten la sensación de ser personas educadas.

Los niños y niñas van a la escuela y en ella realizan muchas actividades,  reciben instrucción, se relacionan, conviven, juegan, se enfrentan a conflictos, etc. Y como consecuencia de todos estos elementos se va produciendo un proceso de aprendizajes diversos y en la medida que los van interiorizando y ajustando con las ideas y vivencias propias, que incluyen todo su día a día, van generando un poso más personal que da origen a lo que llamamos educación.

Este año, el curso va a ser más corto. Puede ser un mes o mes y medio, ahora mismo no sabemos. Pero permitidme hacer un pequeño cálculo: un curso normal en primaria tiene 175 días de escuela, con 5 horas diarias. Eso hace un total de 875 horas. Es decir que si la escuela fuera diaria, sin festivos ni vacaciones, nos sale menos de dos horas y media diarias. Este curso podría ser que se redujera a dos horas. ¿De verdad pensamos que dejar de ir a la escuela esa media hora diaria puede tener consecuencias educativas graves?

Es cierto que la vida en la escuela coloca a las criaturas en situaciones diferentes, les obliga a relacionarse en otro entorno, abrirse a gentes ajenas al núcleo familiar, aprender otras dinámicas, convivir con otras normas, aceptar otra autoridad, cumplir con otras propuestas y obligaciones, gestionar el tiempo bajo otras pautas, etc. Todo ello pueden ser estímulos positivos que les ayudan a crecer y a gestionar su relación con el mundo. Pero, ojo, por desgracia, en la escuela también en muchas ocasiones lo que les llega es una lista de obligaciones, juicios, conflictos, miedos… que contribuyen poco a su sano desarrollo.

Cada familia, cada niño y niña, intuye y valora la aportación que está recibiendo de la escuela. Habrá quienes piensen con pena lo que se están perdiendo, pero, también habrá otras que pensarán, como dice mi nieta, que qué suerte no ir a la escuela, que qué bien se está en casa.

Sin embargo, la casuística socio-económica de nuestro alumnado es muy diversa. Y por tanto a la hora de quedarse sin escuela, los efectos son muy diferentes. No es lo mismo quedarse en casa cuando la única comida que hacían de verdad era la del comedor, sin habitación propia, sin medios tecnológicos, sin adultos que puedan dedicarles tiempo y saberes para ayudarles en su crecimiento; que quedarse en un entorno que les ofrece seguridad y recursos para seguir su vida confinada sin mayores efectos.

Para unos la escuela, permitidme la valoración, es mucho más importante y necesaria que para otros. Porque una de las funciones más transcendentales de la escuela es ofrecer medios que permitan compensar y suplir esas deficiencias ofreciendo al niño y a la niña recursos y posibilidades que no pueden tener en su vida extraescolar. Esas criaturas están sufriendo y perdiendo bastante más con el confinamiento.

El cierre de las escuelas nos ha colocado en una realidad nueva. Y el sistema ha reaccionado pidiendo al profesorado que se adaptara y siguiera realizando su función desde la distancia. Y a eso se ha lanzado el profesorado, con más o menos medios, interés y acierto, a tratar de seguir con la actividad escolar, pero entendiendo por actividad escolar la realización de fichas y propuestas centradas en seguir avanzando en los contenidos para no “perder” el curso. Y creo que esa visión es muy reduccionista de lo que se hace en la escuela.

Planteo que ante estas “vacaciones obligadas” la respuesta más correcta habría sido asumir que la programación pierde validez y que habrá algunos contenidos que no se podrán desarrollar en el momento establecido, y a partir de ahí, repensar esa programación y seleccionar los elementos que verdaderamente son importantes para ver cómo los abordamos en la distancia o a la vuelta. Y centrar nuestras propuestas en ofrecer al alumnado una serie de sugerencias, no obligaciones, que les ayuden a pasar el tiempo de encierro de la manera más entretenida, motivada, relajada y educativa  posible. Sin generar sobreactuaciones, conflictos, problemas, tensiones y rebotes dentro de los hogares.

En este sentido, hay familias que han sido capaces de organizarse en función de sus circunstancias y poner en valor el hecho de la convivencia, de la organización familiar de la casa, de dar protagonismo a cada una de las personas y de generar unas dinámicas de actuación acorde con los intereses de cada cual y las necesidades de los demás. En un próximo artículo me planteo recoger una serie de propuestas en esta línea.

En cualquier caso, todavía podemos replantearnos la situación. Estamos empezando las vacaciones escolares. Curioso resulta hablar de vacaciones cuando llevamos tres semanas sin ir a clase. Pero es verdad, empiezan las vacaciones y los niños y niñas dejarán, supongo, de recibir tareas y deberes para hacer.

Me gusta pensar que el período vacacional nos permitirá parar un poco y repensar el tercer trimestre incluyendo en él unos días más sin contacto directo y otros en los que iremos volviendo a la normalidad. Y me asusta pensar que se pueda producir un “efecto compensador” mal entendido y haya centros que pretendan acelerar el ritmo para recuperar “todo lo perdido”, en lugar de aprovechar y enfocar el reencuentro como parte de un proceso de reflexión, de valoración de los contactos y de extraer aprendizajes de los tiempos vividos  de forma que sean fuente de madurez y desarrollo. Es decir retomar la escuela como sistema educativo, y no meramente instructivo.

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