No son recetas ni soluciones
mágicas lo que necesitamos;
sólo poner en marcha nuestra
rebeldía, el apoyo mutuo y recuperar
formas de vida armónicas
con la vida.
Si vivimos en un planeta con recursos
limitados, no parece que tenga
mucho sentido que aspiremos a seguir
creciendo ilimitadamente.
Para salvar el planeta debemos reducir
nuestra huella ecológica, situándola
en la década de 1980.
En el norte opulento tenemos
que reducir los niveles de producción
y de consumo.
Tenemos que recuperar la vida
social, repartir el trabajo, apostar
por formas de ocio creativo,
es decir, un ocio desmercantilizado
que escapa a la creación
artificial de necesidades… En
definitiva, apostar por la sobriedad
y sencillez voluntaria.
Tomar el camino del decrecimiento
debe ser una decisión
colectiva y voluntaria.
Carlos Taibo nos hizo reflexionar,
también, sobre la explotación cotidiana
de millones de seres humanos
en un escenario lastrado por el
trabajo asalariado, por la mercancía
y por la plusvalía.
Cualquier proyecto serio que
haga frente al capitalismo del
siglo XXI tiene que ser decrecentista,
autogestionario, antipatriarcal
e internacionalista.
Todo esto y mucho más nos expuso
Carlos con su habitual lenguaje
preciso y didáctico, salpicado de
anécdotas e historias que condujeron
a un posterior coloquio amable
y enriquecedor.