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LOS 100 LENGUAJES

Los niños, y las niñas, tienen cien lenguajes
cien manos, cien pensamientos
cien maneras de pensar,
de jugar y hablar

Cien maneras de escuchar,
de sorprenderse, de amar,
cien alegrías para cantar y entender
cien mundos que descubrir
cien mundos que inventar
cien mundos que soñar.

y les dicen que piensen sin manos
que actúen sin cabeza
que escuchen y no hablen
que entiendan sin alegría
que amen y se sorprendan
solo en pascua y navidad.
Del poema Los niños tienen cien lenguajes. Loris Malaguzzi

Trabajar con los niños y las niñas quiere decir tener que hacer las cuentas con poca certeza y muchas incertidumbres. Lo que nos salva es buscar y no perder el lenguaje de la maravilla que perdura, en cambio, en los ojos y la mente de los niños»
Loris Malaguzzi

Abrazo por la espalda
Buenos días, buenas tardes, buenas noches.Creo que fue el curso 2005/2006 cuando me vine de Vallecas a Getafe. De mi amada Vallecas, a mi amor de Getafe.
Fue un cambio muy grande como maestra. Tras ventialgunos años en Vallecas amanecí un septiembre en un cole de Getafe. En Vallecas había recorrido bastantes coles y me sentía segura, querida, como en casa.
La edad es un dato que puede sorprender, a pesar de lo precisa que es la matemática: en dos meses pasé de ser de la cuarta parte más joven del claustro, a ser la segunda mayor. Y sólo con dos meses de diferencia.

Pero cambiaron más cosas.
Aparecí en un cole nuevo: era el segundo curso de funcionamiento.
Las aulas median los metros cuadrados justos para 29 mesas y sillas y dos estanterías.
Los metros cúbicos comprendí entonces que también eran fundamentales. Podía tocar casi el techo con las manos (yo que siempre había soñado con tocar el cielo).
Todo el material que había era una pizarra y tizas. Ah… y borrador.
Y no os hablé de las ventanas. Eran pequeñas. Y del techo del pasillo por el que el sol de la primavera y verano quemaba. Me enteré ese curso que el diseño era muy parecido a un cole de los países nórdicos. Tenía hasta un cuarto para los esquís. No sé cuánto tiene de verdad la historia: contaban que a uno de esos trabajadores de la Comunidad de Madrid (qué habremos hecho para merecer lo que hay) se le acabó el presupuesto para visitar colegios en esa zona de Europa y le pareció estupendo.
Sea como fuere, allí pasé, sin embargo, 9 de los mejores años de mi trabajo de maestra. Y tengo un montón de buenos momentos repartidos por las células de mi cuerpo y desparramados entre quienes me conocen.

Ese año, como pasa tantas veces al llegar a un cole “nueva”, el curso que quedaba era el de 1º de Primaria. Yo estaba encantada porque venía de Infantil y quería coger ese curso.
El grupo tenía 29 niños y niñas, 18 niños y 11 niñas. El grupo era variopinto, diverso, muy diverso. Todavía no sabía yo que iba a ser uno de esos grupos que marcan un antes y un después en la vida profesional porque te “obligan” a rebuscar entre los baúles de la pedagogía de la psicología, de las artes escénicas y emocionales. Y aprendes, y aprendes, y te equivocas, y te equivocas y los Freinet parece que se sentaron en un rincón del aula (se hicieron invisibles porque no había hueco físico) y te van recordando lo del aprendizaje por error, el tanteo experimental, el vínculo afectivo, el respeto a la diversidad, las preguntas con respuestas abiertas, la importancia de la expresión de todo tipo, la escucha, la aceptación del ritmo propio, el hacer grupo, la cooperación, el cuerpo en la escuela, la coeducación, la resolución de conflictos, el éxito de cada criatura, las matemáticas por los rincones, las familias allí dentro, y el aula allí fuera, y hacer equipo con el cole, y la línea pedagógica… Y tú nueva en el cole. Y nadie te conoce… y ese sentimiento de que no vale con mostrar, tienes que demostrar. Porque no usas libros, y quieres cooperativa…Bueno, ya os hacéis una idea

Pues allí estábamos, mirándonos el primer día, sentados en una alfombra que había cogido de casa y cojines donados por la ONG Pérez López, siempre a disposición.
En el grupo había una niña, Rebeca. Nunca había ido al cole. Primero, porque sus padres no la querían traer, y luego porque ella no paraba de llorar cuando por fin se decidieron.
Rebeca fue viniendo a ratos, con su madre o con su hermano, o con su hermana. Algunos días se iba enseguida. Miraba o cogía alguna caja de juguetes traída de quién sabe dónde (¿os acordáis que en la clase no había nada)
Ya estábamos a finales del mes de Octubre. Un grupo de amigos habíamos ido a Bustarviejo el fin de semana y me había llevado a la clase un saco enorme de castañas. Cada criatura se había llevado a casa 10, para hacer lo que quisieran (menos comérselas que eran castañas locas de remate).

Una tarde que estaba Rebeca en el aula, repartimos castañas por equipos y a ver qué pasaba.
De las manos de esos niños y niñas empezaron a salir torres con raros equilibrios, mariposas, caracoles, espirales de amor y risas, camiones que derrapaban en las curvas, chapas para jugar, hormigas buscando amistades, canicas, platos de comida, botellas sonajeros, castañas colorás, y verdes, y azules , bailarines vestidos con piel de castañas, escaladoras con botas de montaña… La risa y el trabajo no paraban.
Estábamos casi terminando la tarde (qué rápido se nos iba siempre el tiempo, no conseguimos convencerle de que se quedara más rato).
Yo estaba sentada en una de esas sillas en las que te conviertes en niña sin ningún esfuerzo.
De repente me llega por la espalda un abrazo furtivo y muuuy largo, mientras una voz me dice al oído: “¡Lupe, la he gosao!”.

Sobran las palabras. Ella y yo estuvimos unidas por la emoción que iba de una a otra y vuelta.
Ese momento forma parte de mi acervo familiar y personal. Muchos días, cuando la vida te trae momentos dichosos, siempre un abrazo de Rebeca aparece por mi espalda diciéndome al oído “Lupe, la he gosao”.
Y muchos otros días, cuando las dudas te hacen preguntarte si la vida mereció la pena, un abrazo de Rebeca aparece por mi espalda diciéndome al oído “Lupe, la he gosao”.

Gracias, Rebeca, por lo que me enseñaste de este oficio de maestra.
Gracias Rebeca por disfrutar en la escuela.
Gracias por acariciar mi espalda desde entonces.
La escuela del encuentro, del acompañamiento al ritmo propio, del goce, es nuestra escuela.

Desde Huelva, pas(e)ando por Italia, Getafe y volviendo a ti.
Gracias por tu bella imagen, M. Jesús Feria.
Gracias a 1ºA por enseñarme a aprender.
Gracias Rebeca por aprender a”gosar” en la escuela y dejarme un abrazo apretadito muy dentro.