MCEP-IMAGEN POÉTICA-41

“Como la lección de hoy será muy breve, he querido elegir un buen libro. Uno que me prestó el Profesor Sorel. No lo quemaron como los otros porque lo escondí en mi casa y así lo salvé del fuego. Todo lo que vais a oír ahora es algo que escribieron grandes personas. Fue escrito en una noche de entusiasmo hace ya mucho tiempo: ciento cincuenta años. Eran personas de diferente condición. Los había prósperos y muy pobres. Religiosos, comerciantes…Y no entraron en polémica. Se pusieron de acuerdo en aquella noche maravillosa. Hay quienes  querrán destruir este libro. Es posible que acabe en el fuego pero no lo borrarán de la memoria. Lo recordaréis siempre. Y de ahí vuestra enorme importancia. Sois el nuevo país.
Declaración de los Derechos del Hombre y de la Mujer.
Artículo primero: Todos los hombres y mujeres nacen y permanecen libres con los mismos derechos (…).
Bien, he de irme. No por perjudicar a la sociedad que sois vosotros, sino porque perjudico a la tiranía (…). Adiós, ciudadanos”. Esta tierra es mía, 1943, Jean Renoir.
A veces, el infierno somos nosotros mismos La lengua de las mariposas 1999 José Luis Cuerda.
“En España no solo funcionan mal los que mandan, sino también los que obedecen”. Fernán Gómez.

Entre los muros de aquel cole
Buenas tardes, buenos días, buenas noches.
Hoy os voy a hablar de otro cole de Getafe. Un cole de más de 40 años.
En ese cole he tenido historias maravillosas, con alumnado maravilloso, y familias maravillosas. Es un cole en un barrio multicultural diverso. Medios económicos muy escasos.
Un alumnado del que han salido algunas de las historias que a mí más me han conmovido y ya os he contado, y del que tengo otro baulito de ellas esperando a ser traídas cuando las teclas lo decidan.
En ese cole había también un equipo directivo que mandaba, y gran parte del profesorado que hacía lo que le decían, y punto.
En ese cole no me dejaban darles lápices a mis criaturas y mucho menos a las de otras aulas. En ese cole suspendían a los niños y niñas que no tenían el libro de texto. En ese cole tenían un armario lleno de libros de texto envueltos en su plástico, y cuando preguntabas por qué no los daban, te daban respuestas variopintas: “Su padre tiene para tabaco y no ha comprado los folios”, “No pidieron la beca en plazo (habían venido a mitad de curso)”, “La madre vino a verme y me habló en mal tono”… y un montón de respuestas absurdas, injustas, que nada tenían que ver con el alumnado y sus necesidades. Por supuesto, en ese cole no te dejaban trabajar sin libros, ni fotocopiarle al alumno o alumna lo que necesitara.
Cuando escribo esto siento un tremendo malestar en mi corazón y en mi estómago: según lo escribo, me voy a la Edad Media de esclavitud y faltas de respeto a familias, alumnado y profesorado.
Yo estaba recién llegada a ese cole. Era el año 2011, no os creáis que era de siglos pasados.
Mis ojos se iban haciendo cada vez más grandes según pasaban las horas de cada día, el agujero del estómago también, y mi corazón latía cada vez más fuerte.
He llegado nueva a muchos coles y, al principio, me ha gustado mirar, callar y, como hemos aprendido en nuestro Mcep, investigar el medio. Me ayudaba a situarme para poder intervenir después. En éste fue muy difícil.
Por supuesto que no obedecí y facilité todos los materiales a mis alumnos y alumnas. Hice una “red de centros”, pregunté a todos mis amigos y amigas de distintos coles y lo resolví como pude. Pero no estaba a gusto, y a cada paso aparecía un inconveniente.
Un día vino la directora y me dijo que no podía dar fruta a mis alumnos y alumnas, ni galletas, ni bocadillos. Lo dijo en clase y delante de mis niños y niñas. La despedí como pude intentando ser educada.
A la hora de irme a casa, le pregunté si podíamos hablar. Allí, a puerta cerrada y sin alumnado delante, le fui haciendo todas las preguntas que tenía guardadas desde hacía casi un mes. Era finales de Septiembre. Ella me respondió todo lo que os podáis imaginar, pero, en resumen. me dijo que llevaban toda la vida haciéndolo y que no lo iban a dejar de hacer, y que, además, tenía la obligación de obedecer.
Ya os conté en una imagen poética que no me gusta mandar. Pues mira tú por dónde, tampoco me gusta obedecer a lo que para mí ataca los derechos humanos de nuestros niños y niñas, y ensucia e incumple una de las funciones básicas de la escuela, que es dotar a nuestro alumnado de todo lo necesario para ser personas autónomas, que confíen en sí mismas, y capaces de desarrollarse plenamente. Además, me pedía una obediencia por encima de las normas que se supone colaboran para nuestra regulación en común: «Las familias recibirán las ayudas y los apoyos precisos para compensar las carencias y desventajas de tipo personal,  familiar,  económico,  social y cultural, en el caso de presentar necesidades específicas que impidan o dificulten el ejercicio de este derecho».
Fue un curso muy complicado y de mucho aprendizaje. Aprendí a no callar, a no obedecer injusticias, a dar a mi alumnado lo que no me dejaban, a defender a las familias y su dignidad. A mí, que los conflictos se me atragantan y me cuesta enfrentarme, no me quedó más remedio que caminar en esa cuerda floja.
Hubo momentos estelares. Os cuento uno:
A mediados de octubre necesitaba escribir una carta oficial a una familia por un tema de absentismo. Pedí un folio con membrete y me dieron varios. Cuál no sería mi sorpresa, cuando el nombre del cole que aparecía en el folio no era el actual, sino el anterior: nombre del dictador que todos conocemos.
– ¿Me puedes dar un folio con el nombre actual del cole?- le pregunté a la directora.
– No- me responde- hay que gastar esos folios.
– Yo los puedo utilizar en mi aula quitándoles el membrete- le propongo.
– Ni hablar, que valen dinero- me añade.
– No voy a escribir a una familia, ni a nadie, con ese nombre. Lo haré sin membrete­- añadí, mientras me despedía de esa charla desMemoriada e incluso, ilegal.
Mientras salía y empezaba a subir la escalera cercana, me decía en voz alta que no se imaginaba que yo fuera tan inflexible, que tenía otra pinta.
Yo seguí subiendo sin volverme, mientras los ojos se me inundaban de rabia y dolor, por los niños y niñas, por el pasado, por este presente. Y según avanzaba por el pasillo (mi aula estaba al fondo) e iba mirando las paredes borrosas, un sentimiento, pensamiento, o lo que fuera, me abrumó: este colegio había cambiado de nombre, pero entre los muros de ladrillos, entre el cemento seco, entre las capas de pintura, se había quedado impregnada la forma de hacer de aquellos 40, 50, 60, años de dictadura e injusticias. Y, a lo mejor, a los cuerpos les había pasado lo mismo. ¿Estaría en algún gen la intolerancia, la falta de diálogo, la prohibición a pensar libremente, la injusticia en el trato al otro, al que menos tiene, al que no puede? ¿En qué célula estaba el no saber escuchar con el corazón, no tener humanidad, tratar mal? ¿Dónde estaban esas escuelas y maestros y maestras de los años de la República?
Me surgen muchas preguntas y muy pocas respuestas.
En estos días y, muchos más de intransigencias y no diálogos, he vuelto a recordar a aquellos muros, aquella escuela, aquel cemento que aún ronda por nuestras calles, coles, ciudades y, parece que también, entre esas personas que sólo saben dar voces, ponerse medallas, y como siempre, se olvidan de lo público, de las personas, de los derechos humanos.
Aquella historia concreta del cole, se resolvió: tuvimos folios con membretes democráticos. Algunas necesidades del alumnado, también. Tristemente,  siguen obligando a obedecer.

A veces no conseguimos ni romper muros, ni cambiar cementos, ni recuperar “La Memoria”.
Lo seguimos intentado desde las paredes de nuestras casas, o desde las calles que recorremos, o desde las redes en las que participamos, o desde los pensamientos y reflexiones que somos capaces de aportar y compartir.
Gracias a los niños, niñas, familias y algunas compañeras de aquel cole, en el que aprendí mucho de lo que era necesario y, algo de lo que yo creía que ya no lo era.

Desde Huelva, pas(e)ando por EE.UU., la Resistencia Francesa, por España y los maestros y maestras republicanos, y volviendo a ti.
Gracias por tu bella imagen, M. Jesús Feria.
Gracias por tus palabras Jean Renoir y Fernando Fernán Gómez y José Luis Cuerda, Rafael Azcona y Manuel Rivas.

LupeMcepMadrid