Quedémonos en casa. Y las escuelas cerraron (José Luis Alonso Sánchez – MCEP-Madrid)

Un lío en la cabeza” Grabado de PacOsorio

Para poder interpretar bien el contenido del texto es necesario, a lo largo de toda la lectura, tener en cuenta una advertencia fundamental: estos escritos hacen referencia a un entorno escolar que debe tener sus días contados. Cada curso vamos constatando cómo las dificultades son mayores, el desencuentro entre la realidad y el mundo escolar se agranda. Captar la atención del alumnado, establecer conexiones entre sus intereses y necesidades con lo que ofrece el sistema resulta cada vez más complejo porque los objetivos, el currículo y la estructura de este sistema no han sabido adaptarse a la nueva sociedad.

Por ello, cuando hablo de escuela no estoy limitándome a la idea de ella que tenemos hoy día. El punto de partida es que el modelo tradicional que surgió hace un par de siglos ya no es válido para el día de hoy.

Hoy día necesitamos otra propuesta. Una escuela formada por personas heterogéneas con diversidad de historias, de intereses, de capacidades, que logre crear una comunidad en base al reconocimiento del valor y potencialidad de cada una de ellas. Una escuela que impulse en su alumnado el deseo de mejorar y aprender cada día en función de su propio ritmo y capacidad. Una escuela basada en la relación con el otro, mediante la colaboración y el cuidado.

Y este es el reto, y la necesidad, para la sociedad y para los futuros maestros y maestras: elaborar una nueva idea de escuela que dé respuesta a los cambios sociales y a las nuevas demandas que van surgiendo.

En el prólogo del “Li(br)o de un maestro algo Fre(i)nético[1] que publiqué el pasado año incluía esta idea. Hablar de la escuela como el constructo social que tenemos asumido y que se desarrolla en nuestra legislación no tenía mayor sentido. A lo largo del libro planteaba otro modelo de escuela más adaptado y más respetuoso con la vida, los intereses y las necesidades de todas las personas que en ella coincidían.

Y un año después, con la llegada de la pandemia de la Covid-19, nos hemos visto obligados, por un tiempo indeterminado,  a vaciar esa escuela y tratar de llenarla desde la distancia. De pronto, nos pusimos a teletrabajar, a ser telemaestros y los niños y niñas, telealumnado. Y, por arte de magia, y una dedicación, más o menos acertada, de un número indeterminado de profesionales, con la ayuda de innumerables páginas web, incluyendo las eternas propuestas editoriales, tendríamos funcionando el sistema de nuevo y podríamos seguir con las actividades, las fichas, las evaluaciones…

La idea subyacente que encontramos detrás de todo, es que si la escuela puede dar sus contenidos, proponer sus actividades y encontrar la manera de seguir evaluando el sistema no se detendrá.

Una vez más, la escuela se adapta a una situación totalmente diferente, como lo ha ido haciendo cada vez que se aprobaba una nueva Ley, para seguir con sus inercias, sus dinámicas y acomodarse a las nuevas circunstancias sin que vaya acompañada de ningún cambio real.

Si nos paramos unos momentos a reflexionar sobre la escuela, su función y su sentido nos daremos cuenta de que los acontecimientos de estos últimos días están generando un escaso debate social sobre ella, más allá de la cantidad de deberes que se le propone al alumnado, de la dificultad y de la incidencia en la discriminación y en el imposible que se plantea a los niños y niñas, y a sus familias, para seguir una escuela a distancia sin medios tecnológicos, sin conexión suficiente, sin personas que les puedan orientar y ayudar, sin espacios para estar…

Curiosamente, en estos tiempos de aplausos, han corrido por las redes algunos escritos que demandaban también aplausos para el profesorado por su esfuerzo en adaptarse a la nueva situación. No pretendo negar dicho esfuerzo por parte de un sector del profesorado, pero no me uniré a esos aplausos en tanto no se plantee un cambio de su práctica escolar que ponga a los niños y niñas, con sus necesidades e intereses, en el centro y busque el mayor desarrollo posible de todos y cada uno de sus integrantes. Y eso pasa por tener en cuenta sus diferencias, su individualidad, y desde una propuesta única y lejana no es posible, al menos de momento, llegar a ello.

Como planteaba en el libro, es necesario repensar la escuela, su sentido, su función y el papel que les toca desarrollar a cada una de las personas que en ella se encuentran. Es evidente, que la escuela como fuente de transmisión de conocimientos va perdiendo importancia y protagonismo, que el dominio de ciertas habilidades, en otros momentos protagonistas, como la caligrafía o el cálculo escrito, van perdiendo mucho de su sentido; que el uso del tiempo escolar, o en el hogar, para la realización de actividades repetitivas, que no plantean ningún reto cognitivo, es una forma de desaprovechar posibilidades y energías,  e incluso el papel del estudio y de la memoria va necesitando reajustarse a las nuevas demandas y circunstancias.

  • La primera cuestión sobre la que debemos pensar es el sentido de la escuela como lugar de encuentro, de convivencia, de formación del sentido de comunidad e integración social. Y eso solo es posible en una escuela pública, democrática y laica. Si queremos una sociedad abierta, respetuosa, democrática… debemos aprenderlo y vivirlo desde la más tierna infancia. Los aprendizajes no aparecen de la noche a la mañana, se van elaborando y construyendo en constante diálogo con el otro. El “yo” no puede construirse sin estar con el otro, sin relación, sin ver las diferencias, sin darse cuenta de la individualidad que tiene cada una de las personas y de la dignidad que corresponde a cada una de ellas.

Y llevamos muchos años con un falso debate que, bajo el paraguas de la idea del derecho a la libertad de elección de escuela, está camuflando y normalizando una realidad discriminatoria, segregadora e injusta que tiende a perpetuar un doble sistema. En él, una parte de la sociedad, que tiene la posibilidad de elegir, elige “separarse” del colectivo social para escolarizarse con sus iguales, o con los que les gustaría parecerse, dejando fuera a aquellos que no son como ellos, o que no tienen las condiciones suficientes para poder mezclarse con ellos.

Otro falso debate es el del derecho de las familias a elegir el contenido y los temas que se ofrecen a sus vástagos. Corresponde a la sociedad determinar los valores que nos definen y que aceptamos en nuestra convivencia y a partir de ahí, la escuela deber ser el lugar donde se inicie y favorezca la vivencia y el desarrollo de dichos valores.

Para determinada idea de escuela, la teleducación podría ser un avance. Las criaturas se educarían, sin problemas económicos ni de medios tecnológicos, desde casa.  Y el centro educativo les iría dirigiendo y organizando encuentros y actividades comunes suficientes para cubrir un mínimo de sus necesidades de relaciones sociales, de pequeños y mayores.

Sin embargo, este modelo es inviable con los condicionantes sociales y económicos que tenemos. Sería absolutamente perjudicial para un amplio sector de la infancia que carece de medios, de posibilidades, de recursos, de personas que les cuiden a lo largo de toda la jornada, de estímulos… sería una forma de aislar y discriminar dejando en sus casas y barrios a los que no reúnan un mínimo de condiciones.

  • Una segunda cuestión que quiero plantear es que la persona es un todo, no es un cerebro que se llena y se amuebla. La persona es una unidad, un cuerpo que incluye la mente, que siente, que padece, que se ilusiona, que busca, que vibra, que desea aprender… y que para ello es importante que las condiciones y las circunstancias le ayuden en su propósito. Y esta es otra de las tareas de la escuela que da sentido al sistema educativo. El aula es una comunidad de personas que colaboran, se motivan, se ayudan, se relacionan para construir aprendizaje y favorecer el mayor desarrollo posible de todos y cada uno de los seres que allí conviven.

Para ello es necesario que el profesorado revise su función. Repensando su rol de guardianes del orden, o como fuente del conocimiento, para centrarse en la coordinación, animando y facilitando que se vayan entretejiendo los hilos de las distintas actividades y procesos que se producen en el aula. Y en este sentido es importante ir abandonando la idea de un aula con una  persona responsable. La educación es un trabajo colectivo, y el trabajo del profesorado, por tanto, debe tener ese carácter. Es necesario romper los muros, las ideas previas y pensar en el alumnado como colectivo, donde las aulas se interrelacionan, se juntan, se separan…  con la presencia de varios responsables que van adaptando su rol en función de las situaciones que se van produciendo.

  • Es evidente que los aprendizajes y las vivencias son importantes, no se puede desarrollar el pensamiento sin unos datos, sin unas vivencias que les den soporte. Es necesario plantearse qué y cuándo deben aprenderse determinadas cuestiones. Pero debe hacerse desde el respeto a la diversidad, a los ritmos, a los intereses, a las necesidades, etc. de cada persona. Si analizamos las propuestas de algunos otros países nos daremos cuenta cómo desde unas propuestas más abiertas y más respetuosas se producen mejores resultados. Muchas personas que nos hemos dedicado a la educación sabemos que cada aprendizaje tiene su momento, sus ritmos, sus previos… y que sin adaptarse a ellos, por mucho que queramos, no podremos ofrecer una enseñanza que produzca unos aprendizajes sentidos e integrados en su esquema mental.

La escuela debe entenderse como una comunidad viva, en la que conviven multitud de personas con infinidad de elementos diferenciadores y de necesidades distintas. Y el sistema debe dar acogida y soporte a esa diversidad ofreciendo medios y recursos para que todos sus integrantes puedan vivir el éxito, asumiendo el error, sin vivirlo como un fracaso, ni un estigma, como parte fundamental, y casi siempre necesaria, del proceso de aprendizaje. Sin el tanteo, sin el intento, sin la experimentación previa, no podríamos avanzar en ninguna dirección de una forma autónoma.

Es necesario dar la vuelta al sistema tradicional basado y potenciador del individualismo, centrado en el éxito personal, en el destacar, en sobresalir para poder ser mejor y aspirar a lo que le corresponde por sus capacidades y méritos. Y mientras tanto, el precio a pagar, era y es el fracaso de un porcentaje amplio del alumnado. La escuela ha de ser cuidadosa e integradora, favoreciendo el reconocimiento, la ayuda y la colaboración entre sus componentes. Si la humanidad ha sobrevivido a lo largo de la historia es porque fue capaz de establecer unas formas de cuidado y de ayuda mutua entre los integrantes del grupo, aunque por desgracia generalmente lo ha dejado en manos de las mujeres y le ha dado un valor secundario. Es necesario que la escuela asuma la importancia de este hacer y lo coloque en el centro de su actuación. La solidaridad, la cooperación y el cuidado son componentes fundamentales de la vivencia educativa.

  • Llevamos tiempo viviendo cada vez más en la incertidumbre. Las condiciones de vida, la duración de los modelos y formas de desenvolvernos sufren cambios constantes. Los modelos de ayer pierden vigencia y nos vemos abocados a enfrentarnos a distintas situaciones, con nuevas demandas y nuevas vivencias… (La actual reclusión es un ejemplo más de cómo lo que parecía estable de pronto desaparece y hemos de enfrentarnos a lo desconocido).

Y el sistema educativo debe intentar ser útil, contribuyendo para que las personas puedan entender los nuevos tiempos, ofreciendo recursos y formación que les permita dar respuesta a los cambios y comprender que viven en un mundo incierto, y que no hay modelos establecidos. Por ello, el currículo no puede seguir siendo tan cerrado y dirigido desde fuera, por el contrario, ha de ser abierto, ofreciendo autonomía y capacidad de adaptación, para poder poner su atención en el desarrollo del mayor número de capacidades en cada uno de sus alumnos y alumnas.

Mas para la Administración no hay incertidumbre, ellos tienen claro su función y cualquier cambio se resuelve en base al papeleo para adaptar la burocracia. En Madrid, los centros han recibido instrucciones para enviar en un par de días correcciones y adaptaciones de la PGA ocasionadas por la suspensión de clases, informe de niños que no siguen, y su causa, las actividades a distancia y los contactos mantenidos con las familias. Con esa información el sistema puede seguir funcionando. Si hay papeles está todo bien.

Me gustaría pensar, que una vez volvamos a la cotidianeidad de hace unas semanas, la experiencia vivida nos servirá de elemento de reflexión para poder abordar el debate educativo con toda la profundidad que el tema merece. No basta con cambiar algunos elementos de una Ley, que no satisface a casi nadie y que no respeta los intereses y necesidades de la infancia, y poner otra que mejora, según quienes, algunos de los aspectos más deficientes.

Como sociedad seguimos necesitando un amplio debate y un acuerdo social que ponga la educación en el lugar principal que le corresponde, dotándola de medios y recursos que permita establecer un único sistema educativo público,  que potencie el desarrollo de personas autónomas, capaces, cuidadosas consigo mismas y con los demás, con unos nuevos valores centrados en una convivencia más respetuosa e igualitaria entre ellas  acomodando su forma de vida con los recursos del planeta y comprometidas en su mantenimiento.

José Luis Alonso Sánchez – MCEP

1 abril 2020

 

[1] Descarga gratuita en https://www.mcep.es/2019/03/21/el-libro-de-un-maestro-algo-freinetico-aprendizaje-educacion-y-escuela-vivencias-y-reflexiones/

 

 

One thought on “Quedémonos en casa. Y las escuelas cerraron (José Luis Alonso Sánchez – MCEP-Madrid)”
  1. En la linea que defiende el autor añadiría que si en la escuela no trabajamos hacia unos valores de espíritu critico, de desarrollo de hábitos democráticos, es más, si no hacemos de estas cuestiones el centro de la educación,dejaremos que la ideología neo-liberal dominante continúe imperando en la escuela. Es decir, contra el individualismo, la competitividad y el consumismo, vivencia de lo democrático y de valores solidarios. Para ello es necesario una educación pública en la que la vida entre en la escuela.

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