En el V Encuentro de Educadoras y Educadores Freinet de la Red de Movimientos Freinet de América (REMFA) 2025, Santiago de Chile, se acerca la despedida.
«La escuela de los abrazos» por Mauricio Mardones
En el corazón de La Pintana, entre calles que guardan historias de lucha y esperanza, una pequeña escuela humilde se transformó en un lugar mágico durante cinco días. Maestros y maestras de toda América Latina llegaron allí, como si un llamado ancestral los hubiera convocado. Cada uno traía algo único: sueños, desafíos, y el amor profundo por la enseñanza y la humanidad.
Desde Corrientes llegaron dos maestras con el aroma de los esteros y el ritmo del chamamé en sus palabras. Desde Brasil, una profesora reía con los colores del carnaval reflejados en su mirada. Un maestro uruguayo, silencioso como el río que lo había inspirado, llevaba poesía en sus manos. Desde México, un hombre de porte de águila narraba leyendas en náhuatl, orgulloso de sus raíces. Desde el Cauca, una maestra colombiana, cargada de valentía y lágrimas, compartía el dolor y la lucha de sus estudiantes en medio de la violencia. Y de Chile, maestros y maestras, desde el norte desértico hasta el sur lluvioso, llegaron con sus historias: de niños que aprenden en las quebradas de Atacama, de jóvenes que recitan poemas en las calles de Santiago, y de comunidades mapuches que enseñan a los más pequeños con el susurro de la tierra y el viento.
Durante cinco días, la escuela se convirtió en un mundo aparte. Entre diálogos apasionados, almuerzos interminables, cenas compartidas y bailes que encendían las noches, la magia de la pedagogía de Freinet unió sus almas. En largas mesas de madera, se degustaron tamales, arepas, empanadas, feijoada, humitas y cazuelas, cada plato un puente entre las cocinas del continente.
Se compartieron sueños, felicidades y también dolores, pero los abrazos fueron el lenguaje que dijo lo que las palabras no podían. Cada abrazo, largo y silencioso, parecía llevar consigo un mensaje que cruzaba fronteras: *“No estamos solos.”* En esos momentos, los ojos brillaban no solo de emoción, sino de reconocimiento mutuo. Allí, en la simplicidad del gesto, se reafirmaba una verdad profunda: aunque pensemos diferente, somos capaces de amarnos, de sostenernos y de reconocernos como frágiles seres humanos que necesitan de otros.
Durante las noches, una brisa cálida atravesaba el patio, y con ella, los espíritus de antiguos educadores llegaron a acompañarlos. Gabriela Mistral, Freinet, Paulo Freire, José Martí y tantos otros danzaban invisibles entre ellos, susurrando esperanza. Nadie los veía, pero todos los sentían, como un eco que recordaba la fuerza transformadora de la educación.
Al cuarto día, el maestro mexicano, con la fuerza de sus ancestros en cada palabra, se levantó y dijo:
—Nuestra América no necesita copiar sueños ajenos. Todo lo que somos, todo lo que necesitamos, está aquí, en nuestras historias, en nuestras manos. La educación es el alma que nos une, y la esperanza es la brújula que nunca debemos perder.
No hubo aplausos. No eran necesarios. En cambio, los abrazos se multiplicaron, como si sellaran sin palabras un pacto eterno: el reconocimiento de que, aunque la vida los separara, estaban unidos en el sueño común de una América digna, autónoma y justa.
Al amanecer del quinto día, mientras cada maestro y maestra regresaba a su tierra, dejaron algo de sí en aquella escuela. Pero también se llevaron algo más valioso: la certeza de que los sueños y esperanzas no entienden de fronteras. Y que los abrazos, como esa brisa cálida que los envolvió, son el lenguaje más puro para decir: *“No estamos solos.”*
Desde las alturas, los espíritus sonrieron, seguros de que, mientras existan educadores que creen en el poder de enseñar y en el milagro de abrazar, el futuro de América Latina estará en buenas manos.