¿SEGUIREMOS HACIENDO MÁS DE LO MISMO? (PacOsorio, MCEP-Madrid)

Es un momento precioso para que los expertos, que no pueden ser otros que los propios maestros y maestras, los movimientos de renovación pedagógica, las asociaciones, los sindicatos de educación y todo el personal docente aunemos esfuerzos para trabajar juntos, profundizar, debatir, cuestionar, reflexionar desde la realidad de los muy diversos contextos escolares, definir prioridades y buscar soluciones y alternativas. La comunidad educativa debe reafirmar su lugar para reflexionar sobre los cometidos de la escuela; recuperar la capacidad necesaria para adaptarse a las circunstancias, al alumnado, a las familias; redefinir colectivamente su papel, funciones y estrategias; abrir los ojos ante la privatización desenfrenada que el ultraliberalismo está implementando con los centros concertados; encontrar soluciones para reducir las desigualdades socioeducativas, para reconstruir el sistema educativo en términos de inclusión y equidad ….

PacOsorio, MCEP-Madrid 13mayo2020

Hay numerosos blogs, entre ellos este del Movimiento Cooperativo de Escuela Popular, en los que aparecen demandas sobre la urgencia de debatir, potenciar, compartir ideas, inventar todos juntos la escuela del mañana, “la escuela después de…”.

Algunas voces autorizadas consideran que tras la pandemia del Covid 19 las cosas no podrán seguir siendo como hasta ahora y plantean que podría ser una buena oportunidad para realizar cambios profundos en la economía (p. ej, decrecimiento, Renta Básica Universal, producción y consumo de proximidad…), el equilibrio ecológico (energías renovables, transición ecológica justa…), en la recuperación de las administraciones de los Servicios públicos (Sanidad, Dependencia, Educación…).

Parece claro que el Gobierno, con mayor o menor fortuna, está trabajando en objetivos imprescindibles de seguridad sanitaria y económicos (turismo, pymes, autónomos, automoción,..), legislando y tomando decisiones que afectan a amplios sectores de la sociedad, pero nada plantea el gobierno, ni la Ministra Celaá, sobre objetivos estrictamente educativos más allá de lo puramente mecánico: las evaluaciones y algunas órdenes a los directores para que se mantenga una continuidad educativa.

La administración está preocupa sobre todo por lo asistencial: cómo atender a los niños y niñas cuando sus padres dejen de teletrabajar o vuelvan a la actividad económica después de un ERTE (Expediente Temporal de Regulación de Empleo) Pero ¿Dónde quedan los objetivos y prioridades para la educación de millones de personas menores de edad pero con plenitud de derechos? Mañana, nuestros alumnos y alumnas, tras pasar por una durísima experiencia y en muchos casos por graves privaciones básicas y también educativas, deben estar preparados para enfrentarse a nuevas crisis (climáticas, sanitarias, económicas, políticas) que se avecinan en el futuro cercano. Parece claro que continuar con una enseñanza compartimentada en disciplinas, nunca o muy poco relacionadas entre sí y poco con la vida y la experiencia, ya no es aceptable.

¿Pero qué supone esa continuidad? La escuela cumple un papel social y económico sobre el que es necesario reflexionar: reduce el mundo real alejando a los niños y niñas de la diversidad de la vida, apaga la curiosidad, crea seres pasivos y dependientes que obedecen las órdenes con docilidad; fuerza a los niños y niñas a crecer en el absurdo (horas sentados, recluidos en un lugar, escuchando sin apenas participación, memorizando conocimientos -efímeros-, sin tiempos ni espacios para interrelacionar diversos conceptos…). Se aprende a pasar exámenes, sacando buenas notas o aprobando justito, pero no a pensar. Un modelo de enseñanza que no permite desarrollar las capacidades individuales de los alumnos, creando una masa acrítica. Así, la capacidad de resolver problemas, la creatividad o el pensamiento crítico, todas ellas habilidades complejas e imprescindibles para interactuar en la nueva sociedad no se adquieren fácilmente. Es muy difícil aprender a ser creativo trabajando en entornos con rutinas establecidas, y raya la utopía pensar que alumnos que han estado una década desarrollándose en contextos con un alto componente de trabajo rutinario van a adquirir en poco tiempo capacidades de resolución de problemas complejos en entornos altamente digitalizados. Si el pensamiento crítico no se trabaja desde una edad temprana (la presencia tecnológica lo inunda todo y el acceso a la información y, por tanto, a la desinformación es inmediato) ya estamos viendo que cualquier argumento, bulo o noticia falsa que aparezca en las redes puede convertirse en dogma de fe.

La continuidad hace que nuestros alumnos y alumnas tengan una adaptación muy difícil, si no imposible sin estas habilidades. En otras palabras, las personas bien escolarizadas, privadas de un imprescindible espíritu crítico, son “útiles” como consumidores y como “recursos humanos” para nutrir y consolidar esta economía capitalista de consumo. Creo no equivocarme si afirmo que, si exceptuamos su función de herramienta de selección social, lo que se hace en las escuelas es cada vez más irrelevante. Casi nada de lo que se enseña en la escuela sirve fuera de ella.

Por supuesto que podemos coincidir, como profesionales que somos, que esta no es la escuela que queremos… que sabemos que aprender nada tiene que ver con enseñar y que es el resultado de hacer cosas y pensar sobre ellas, que esto incluye procesos de investigación, trabajo en equipo, planificación, diseño, causalidad, juicio, valoración y comunicación, entre otros. Pero las dinámicas diarias, la rutina escolar, los exámenes y las notas, los libros de texto, los horarios imposibles de cambiar, los especialistas, la necesidad de completar los currículo… suponen para muchos de nosotros, gentes responsables que trabajamos duro en las escuelas, una barrera infranqueable que consigue que la lógica absurda de la institución sobrepase las contribuciones individuales. O sea que, a nuestro pesar, la escuela sigue cumpliendo ese papel social, político y económico con el que no estamos de acuerdo pero que contribuimos a mantener.

Y tampoco podemos aceptar esta continuidad porque no da respuesta alguna al aumento de la ya existente enorme brecha de desigualdades y al agravamiento de las injusticias educativas. Somos conscientes de que nuestro sistema educativo no es equitativo, incumpliendo la máxima de que “la educación nos coloca a todos y todas en una situación de igualdad de oportunidades”: la inequidad es patente, a igual rendimiento, los niños y niñas con menos recursos repiten cuatro veces más que los de mayor nivel socioeconómico; y tener una madre sin la ESO aprobada multiplica por diez la probabilidad de abandonar de forma temprana respecto a tener una progenitora universitaria. La pandemia ha profundizado diferencias que ya existían entre el alumnado de distintos orígenes socioeconómicos. El cierre de los centros educativos ha supuesto una mayor desvinculación de la escuela, lo que puede favorecer el abandono prematuro entre muchos jóvenes en el corto o medio plazo. Además, el confinamiento ha reducido el tiempo de aprendizaje efectivo entre el alumnado más desfavorecido por el desigual acceso a otras actividades educativas y culturales. La brecha ha crecido también entre centros educativos: los colegios con alumnado desaventajado están peor dotados de personal, material e instalaciones. A esto se añade una mayor concentración de alumnado desfavorecido en los mismos centros. Como resultado, precisamente los centros con niños y niñas de familias más vulnerables son lo que menos recursos están teniendo para garantizar su educación durante la crisis. Sin olvidar que la crisis económica también está impactando negativamente en la educación y en el bienestar físico y mental de los niños y las niñas por las circunstancias difíciles que están viviendo, pero sobre todo en las más vulnerables: niñas, migrantes y familias socioeconómicamente pobres que han sufrido más el encierro, a veces privaciones muy graves o incluso diversas formas de violencia.

La inseguridad laboral, el desempleo, el estrés económico que viven las familias, el hacinamiento o las numerosas viviendas que no reúnen las condiciones adecuadas afectan al éxito escolar y a la salud mental de niños y niñas (el confinamiento les genera estrés postraumático, confusión, ira, ansiedad y un mayor riesgo de depresión y de fracaso escolar). Tampoco debemos olvidar que la desconexión de muchos estudiantes y la dificultad de una educación a distancia improvisada ha tenido como consecuencia que mientras algunos niños y niñas han seguido aprendiendo otros no tanto debido a la falta de dispositivos electrónicos, internet o espacios en su casa adecuados para estudiar o porque en su familia no hay quien tenga las competencias ni conocimientos necesarios para apoyarles en el estudio.

El aprendizaje a distancia con tecnologías digitales nos ha reafirmado en que “la escuela sin el maestro o la maestra ´en carne y hueso´, atendiendo a todos, ya no es la escuela“. (Meirieu). La relación pedagógica y educativa es principalmente humana, rodeada de afecto y confianza en la capacidad de triunfar y permite desarrollar, tanto en los alumnos como en los profesores, un pensamiento creativo, reflexivo, individual y también colectivo. Creo que podemos coincidir en que hacer escuela es luchar contra las injusticias y por la igualdad del derecho a la educación.

Además, esta realidad educativa es insostenible y profesionalmente indigna, al menos en Madrid. Los docentes están sometidos y controlados de cerca por el ejercicio de la autoridad de directores e inspectores que se han convertido en simples capataces, interesados en verificar la docilidad de los maestros y hacerlos aceptar las reglas, por absurdas que a veces resulten ser estas. Despojado de toda autonomía se exige al profesorado que, sin dar problemas y sin discutir, diligentes y serviciales, continúen programas, libros de texto y órdenes, cueste lo que cueste, a costa de una inmensa sobrecarga de trabajo para controlar contenidos, evaluaciones, dispositivos y presencia.

La continuidad supone también no tocar el statu quo de las privatizaciones, manteniendo los conciertos educativos y con ellos la desigualdad de trato, condiciones y oportunidades, manteniendo vías separadas de entrada y salida. También que la etapa 0-6 siga sin considerarse educativa y por lo tanto universal y gratuita.

En esta crisis, con su sufrimiento y ansiedades profundas, hemos encontrado también algo de esperanza. Ha revelado en muchos maestros y educadores el potencial de compromiso, inventiva, empatía por los estudiantes (de los que dicen haber descubierto en estos días más cosas que en varios meses en el aula). Solidaridad, respeto, escucha, tiempo para las familias: ¡tantos valores que la administración, a través de la preocupación por la eficiencia, la obediencia y la evaluación, había tratado de evitar! También hemos descubierto la alegría por enseñar de manera diferente, más en acompañamiento y apoyo. Incluso hemos encontrado compromiso y, perseverancia en muchos alumnos y alumnas y no necesariamente de “los mejores”. ¡Qué descubrimientos! Sí, nuestros alumnos y alumnas son capaces de más de lo que imaginamos. También hemos podido desarrollar habilidades que a menudo no se trabajan lo suficiente en la loca carrera para “realizar el programa, todo el programa”. Y hemos recogido numerosos testimonios que muestran la importancia de hacer que nuestros alumnos y alumnas investiguen, lean, escriban y discutan mucho para despertar la curiosidad.

Con todo esto, creo que es un momento precioso para que los expertos, que no pueden ser otros que los propios maestros y maestras, los movimientos de renovación pedagógica, las asociaciones, los sindicatos de educación y todo el personal docente (es difícil ver a los tecnócratas haciendo esto) aúnen esfuerzos para trabajar juntos, profundizar, debatir, cuestionar, reflexionar desde la realidad de los muy diversos contextos escolares, definir prioridades y buscar soluciones y alternativas. La comunidad educativa debe reafirmar su lugar para reflexionar sobre los cometidos de la escuela; recuperar la capacidad necesaria para adaptarse a las circunstancias, al alumnado, a las familias; redefinir colectivamente su papel, funciones y estrategias; abrir los ojos ante la privatización desenfrenada que el ultraliberalismo está implementando con los centros concertados; encontrar soluciones para reducir las desigualdades socioeducativas, para reconstruir el sistema educativo en términos de inclusión y equidad ….

Necesitamos soluciones ya. Juntos podemos. Otra escuela es posible!!

PacOsorio, MCEP-Madrid 13mayo2020

2 thoughts on “¿SEGUIREMOS HACIENDO MÁS DE LO MISMO? (PacOsorio, MCEP-Madrid)”
  1. No he podido evitar al leer el artículo la sensación de “Enmienda a la totalidad”, por citar una expresión que se utiliza en medios legislativos. La referencia al texto de Meirieu es muy oportuna, porque aquí se comparten ideas generales referidas a la práctica concreta de las escuelas más cercanas y a las administraciones educativas más vigilantes para que todo se quede como está (desde luego la de la Comunidad de Madrid del gobierno actual es un paradigma).
    ¿Cómo vamos a cambiar la escuela si no podemos cambiar el mundo? Por lo pronto reflexionando, leyendo, participando en los debates que se están poniendo sobre la mesa. Participando activamente en los debates políticos, asociándonos, movilizándonos. Y siendo capaces, en medio de la burocracia y el liberalismo individualista que nos propone la administración educativa, de ofrecer modelos cercanos más sociales y comunitarios a los que tenemos el deber de atender y hacer pensar en nuestras escuelas.

  2. Estoy de acuerdo con tu análisis y ojalá llegue pronto el día en que las maestras y maestros reflexionemos y debatamos sobre la realidad de nuestros centros, sobre el sentido profundo de lo que debe ser la Escuela, y cuál la mejor manera de favorecer en el alumnado, el verdadero aprendizaje que le sirva para la vida.

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