Tras la visión de “El mar. visión de unos niños que no lo han visto nunca”

Un buen número de personas del colectivo mecepero madrileño acudimos el pasado martes 21 de febrero a ver esta obra de teatro con cierta incertidumbre sobre cómo se iba a tratar la figura de Antoni Benaiges y su tarea educativa. Y salimos sorprendidos por la delicadeza y el cuidado con la que se muestra lo esencial del trabajo que realizó en Bañuelos de Bureba (Burgos). Claro que la obra olvida algunas dimensiones interesantes del personaje, pero lo esencial está; sobre todo esa pasión y esa dedicación consciente por un proyecto en el que creía sin fisuras. Es la voz del otro personaje en escena la que introduce las dudas, el cuestionamiento del “para qué” si esto no va a cambiar el mundo.

El propio teatro, en su programa de mano, ya nos avisa de la naturaleza del proyecto teatral: la pieza propone un dispositivo en el que los objetos, el poema y el material documental conviven sin jerarquías. Cada objeto marca una dramaturgia en el espacio. Y realmente el juego dramatúrgico entre los objetos, las imágenes, el texto, la música, me ha parecido cautivador, embriagador. Todo ello acaba recreando la pasión creativa del maestro, su necesidad de transformar el mundo y hacerlo más digno y habitable y consigue poner sobre las tablas la capacidad e intención del docente que acaba contagiándose a todos los rincones del aula llegando a los invisibles pero presentes niños y niñas de la clase, que, aunque nieve, quieren ir a la escuela a soñar su futuro sin saberlo (otro de los textos maravillosos que se proyectan es el que se lee en el número 3 de “Recreo” de la conversación entre la madre y la hija que acaba yendo a la Escuela, aunque nieva y hace frío).

La función arranca y acaba con la proyección de una serie de textos sacados de Escuela de aprendices de Marina Garcés (publicado por Galaxia Gutemberg). Esos textos nos dicen que la educación es muy importante porque “lo que nos hace humanos es que no sabemos cómo vivir”. Es una concepción de la educación como sustrato de la convivencia, el taller donde se ensayan las formas de vida posible. ¿De qué sirve saber cuando no sabemos cómo vivir? ¿Para qué aprender cuando no podemos imaginar el futuro? Estas preguntas son el espejo donde no nos queremos mirar. Todos somos aprendices en el taller donde se ensayan esas formas de vida posibles. Educar no es aplicar un programa. Educar es acoger la existencia, elaborar la conciencia y disputar los futuros. Dentro y fuera de las escuelas, la educación es una invitación: la invitación a tomar el riesgo de aprender juntos, contra las servidumbres del propio tiempo. La educación como “una puerta abierta a un mundo que no es el propio, que no es aquel que nos ha venido dado”.

Después de estas reflexiones pedagógicas generales, pero pertinentes, el texto dramático  recoge la biografía de Benaiges mezclando fotos, imágenes y textos sacados de sus cartas (muchas de ellas en el intercambio de ideas con Patricio Redondo), de sus publicaciones, de los trabajos de los niños y niñas en “Gestos”, “Recreo”, “El mar”, “El retratista”). Me quedo con la importancia de la madre, de la familia de Mont-roig, con las vacaciones de los maestros que dedican a pensar en cómo darán forma al curso siguiente (y se van a un  Congreso a pensar juntos, ¿verdad?), con su renuncia a trabajar en la ciudad para poder llevar adelante con más tranquilidad su proyecto de escuela freinetiana en un sitio pequeño, y con la manera como se trata la estancia de Benaiges en Bañuelos, siempre “encerrado” en su proyecto educativo, en su Escuela, rodeado de sus técnicas y con la mirada ilusionada y consciente todo el rato. La última parte de la obra se centra en el trágico final de la historia, representado en la expresión y las palabras del actor (emociona cuando vuelve a nombrar a su madre para asegurarla que no cometió ningún crimen)  y esa silla que cae sobre los objetos de la escuela, derrumbada por fuerzas poderosas que en ese momento no era posible contener por un maestro rodeado de fanatismo e intolerancia.

Como dice el actor que encarna a Benaiges, Sergio Torrecilla, se trata de ensalzar esa escuela más lúdica y basada en juntarnos en un espacio para crecer juntos maestros y alumnos. Una escuela donde se trabaja juntos –docentes y alumnado- pero donde los primeros tienen más conciencia de adónde queremos llegar, frente a la impulsividad y creatividad sin control de los segundos que pueden en muchas ocasiones ir aprendiendo a ser y a vivir gracias a esa intencionalidad inicialmente oculta. El rato de charla que tuvimos en el patio a la salida del teatro con el actor que encarna con verdad y pasión al maestro fue muy agradable. Le hablamos de nuestro trabajo como docentes que siguen la metodología Freinet, y él de cómo surgió el proyecto tras las lectura del libro de F. Escribano y cols. Y de la buena acogida que tiene la obra cuando vienen grupos de alumnos y alumnas de secundaria a las sesiones matinales.

La sala estaba llena de maestros y maestras (no hacía falta preguntarles a qué se dedicaban, pues creo que era bastante evidente) que revivieron la fascinación por enseñar que conocen bien y la pasión por aprender del alumnado que alguna vez conseguimos poner en marcha y tantas otras son intentos más o menos fructíferos, más o menos logrados. Dar espacio a las personas para ser, para soñar – ¡cuánto insiste la obra en esta idea! -.

También comentamos entre nosotros que esta obra debería ser obligatoria para todo estudiante que se quiera dedicar a la enseñanza, por la intensidad y cuidado con la que se presenta el oficio de maestro, de maestra; en la charla con el actor alguien propuso que se llevara la obra a la Facultad de Educación, para que sirviera de referente y discusión sobre este apasionante y complejo trabajo. También la obra pone sobre la mesa las dudas, la incertidumbre ante el trabajo que no da sus frutos, ante las dificultades que surgen dentro y fuera (y que en el caso de Bañuelos y Briviesca quedó claro por el devenir posterior de los acontecimientos).

Me acuerdo en el último congreso de Huelva cuando un amateur Bau representó con su sonrisa y su sombrero a Celestin. Ahora, en La Abadía, pudimos disfrutar con esta sugerente recreación profesional de la figura de Antoni. No dejéis de ir a verla cuando tengáis ocasión.

Juan Manuel Delgado. 21 de febrero de 2023.


EL MAR. Visión de unos niños que no lo han visto nunca.  Xavier Bobés | Alberto Conejero

Dirección: Xavier Bobés | Alberto Conejero
Producción: Teatre Nacional de Catalunya | Xavier Bobés

Teatro de la Abadía. Sala José Luis Alonso.  Del 15 al 26 de febrero, 2023.